domingo, 26 de abril de 2015
sábado, 25 de abril de 2015
viernes, 24 de abril de 2015
domingo, 19 de abril de 2015
¿EN QUÉ MOMENTO DEJAMOS DE DISFRUTAR CON EL FOOTING PARA EMPEZAR A SUFRIR CON EL RUNNING?
Esa es
la pregunta que me surgió en uno de los últimos entrenamientos que hice como
preparación para mi quinta maratón en cinco años. Un domingo lluvioso y con viento me tocaba
correr 30 kilómetros según el plan de entrenamiento que yo seguía. Que yo sólo
seguía. Las anteriores maratones las había entrenado acompañado. En las dos
primeras de hecho éramos un grupo bastante grande. Las siguientes ya éramos dos
o tres. Esta última ya no tenía compañero de entrenamiento. O bien porque la
mayoría de mis amigos runners no preparaban ninguna maratón o porque ya no
entrenábamos al mismo ritmo o simplemente porque los runners experimentados
saben qué entrenamiento deben seguir cuando han corrido tantas maratones, y el
que le funciona a uno, tal vez no sea el que le funciona a otro.
Empecé
a correr hace 15 años y a competir unos 7. Nunca había corrido sin parar 10
kilómetros hasta que participé hace esos 7 años por primera vez en una cursa
popular. Y a partir de ese momento, ya no paré. Este tipo de competiciones son
adictivas y sobretodo ver cómo vamos progresando y mejorando nuestras marcas.
Correr cursas te da además la posibilidad de participar en la misma competición
en la que puede ser noticia un nuevo récord mundial. Me sentí muy alagado y por
qué no decirlo, realizado, aquella vez que corrí la misma cursa que Marta
Domínguez. ¿Se imaginan competir en un
mismo torneo de tenis que Rafael Nadal aunque no se cruce en tu camino? Pues yo
sentí algo parecido. He llegado a la misma meta que han llegado profesionales
del running. Qué gran honor. La
diferencia es que mientras ellos ganan medallas, yo pago hasta por mi foto
cruzando la meta. Una foto de una maratón cuesta aproximadamente entre 10 y 12
euros. Si quieres todo el pack fotográfico, unos 30 euros. Hay que sumar la
inscripción a la carrera. Pueden ser 5 o 10 euros en una cursa popular de 10 km
o 100 euros si corres la maratón de París como hice yo este año. Sí, supongo que
es una pequeña diferencia entre un profesional y un corredor amateur. Unos
cobran por correr y otros pagan por hacerlo. Pero hay un tipo de corredor que
no ha de pagar. El tipo de corredor que era yo antes de pasarme al running. El
corredor de footing. El que no necesita cruzar arcos. El que no necesita
competir. Porque no nos engañemos, en las cursas a menos que corras sin chip y
sin reloj en tu muñeca, todos estamos compitiendo. Cruzamos un arco de llegada.
Hay un reloj que cuenta hasta tu última milésima de segundo. Hay una
clasificación y un tiempo oficial. Y es muy difícil evitar la tentación de
mirar esa clasificación. Como también lo es comparar nuestras marcas presentes
con las pasadas. O con las de nuestros amigos, compañeros de club o conocidos
que también han corrido esa carrera u otra similar. Eso se llama competir.
Cuando
empecé a hacer footing en compañía de una amiga que me animó a hacerlo, después
de correr sentía una sensación de satisfacción. De alegría. De orgullo. Es la
serotonina, decía mi amiga. Correr es antidepresivo. Totalmente cierto. Ya sea
por la serotonina o por el orgullo que siente uno cuando realiza un esfuerzo,
yo terminaba de correr con una sonrisa. Y sí, también había esfuerzo en el
footing. No sólo se trataba de un deporte saludable con la que lo más importante era
disfrutar. De la misma manera que un día podías correr 40 minutos sin dejar de
hablar o reír a un ritmo suave, también había momentos en los que te acelerabas
o alargabas el rodaje. Pero siempre lo hacías porque querías y porque estabas
dispuesto realizar ese esfuerzo extra. No te quedaban secuelas. Era un
sufrimiento que te hacía sentir bien. Sí, como ese esfuerzo y sufrimiento que
hemos sentido muchos cruzando esas metas en las carreras. ¿Pero ese sufrimiento
es siempre recompensado cuando paras de correr en una competición?.
Cuando
empecé a correr no era una práctica muy generalizada ni tan normal como ahora.
Digamos que no estaba de moda. Durante un tiempo corría con mi amiga en un
parque cerca de casa de mis padres, donde vivía yo en ese momento. Pero cuando
me independicé y cambié de barrio seguí haciendo el mismo circuito y con la
misma compañía. Eso me obligaba a tomar el metro para llegar al punto dónde
quedaba con mi compañera de footing y para volver posteriormente a casa. Pues
la gente me miraba en el metro por mi vestuario. Sobre todo en invierno cuando
corría con mayas largas. ¿Ahora quién mira con curiosidad a un corredor en el
metro? Lo mismo me ocurrió cuando con 18 años me hice un tatuaje en el cuello.
No es un tatuaje grande, pero en aquel entonces no estaba de moda llevar tatuajes
en el cuello. “Estás loco” lo escuché tantas veces. La gente me miraba el
tatuaje en el metro. Ahora ya nadie lo mira. O si lo hacen, yo no soy
consciente de ello. Tal vez porque ya no creo que lleve nada extraordinario en
mi cuello. Es lo que ocurre cuando algo se normaliza o se pone de moda. No
tengo nada en contra de las modas. Cada uno decide seguirlas o no. Pero en el caso del running sí me empiezo a
preguntar si es una moda positiva.
¿Qué
puede ocurrir con la moda de los tatuajes? Que te arrepientas algún día de
habértelo hecho. ¿Qué puede ocurrir con la moda del running? Que te lesiones,
que te enfermes, o simplemente que empieces a sufrir innecesariamente.
¿Por
qué corremos maratones? Todos los que las hemos corrido lo hemos hecho por un motivo o por muchos. Perseguir un
reto, superarnos, por dinero…
En
mi caso fue por compañía. Porque resultaba agradable aquellos entrenamientos
con mi club de atletismo inicialmente y club de running posteriormente. También
fue por superación. Ser capaz de correr 42 kilómetros era toda una proeza
admirable. Y hacer algo admirable a quién no le gusta. ¿Quién no ha oído hablar
del ego de las personas? El reconocimiento es sin duda una de las cosas que más
satisfacción nos producen. Pero después de 5 maratones ya no importa tanto ese
reconocimiento en mi caso. Ya no te sientes tan realizado por correr 42
kilómetros. Ni que fuera la primera vez que lo haces. Y si unes que ya no
tienes compañía, ¿qué te queda? Sólo
sufrimiento.
En
la primera maratón normalmente no te importa la marca. Sólo terminarla y si
puede ser, sin lesiones. En la quinta, o te importa la marca o ya sí que no le
veo sentido a correr una maratón. No te estás demostrando nada a ti mismo por
cruzar una meta más. Pero para mí tampoco el perseguir una marca significa ya nada.
Llega un momento en el que creo que correr a cierto nivel y ciertas distancias
sólo hacen daño a tu cuerpo y a tu mente. El reconocimiento desaparece. Pues a menos que seas profesional a nadie le
importa tu marca. Ese aro en la meta es para los tres primeros y para las tres
primeras. Es para corredores y corredoras que representan a alguna marca, a
algún club. Que van a recibir una retribución económica si consiguen acabar en
un puesto concreto o en un tiempo específico. Pero para los que corremos una
maratón en más de 3 horas no hay nada al otro lado, a parte de una medalla de
chatarra. Puede ser que estén tus amigos
o tu familia esperándote al otro lado para darte un abrazo por tu esfuerzo y
para felicitarte. Eso puede estar bien. Pero van a estar en tu primera maratón.
Puede que en la segunda. ¿Pero lo estarán también en la décima? Siempre acabará
llegando esa maratón en el que lo único que vas a recibir es un correo electrónico con las tarifas para
comprar tus fotos. Esas fotos que te pueden costar 30 euros. Si corres la
maratón acompañado de un amigo, tal vez podáis compartir gastos. Pero resulta
que la moda del running ha hecho que cada vez haya más gente corriendo en la
calle pero más gente corriendo sola. Muchos de mis compañeros de running se
lesionaron. Algunos no pueden volver a
correr. Otros se desmotivaron porque no pudieron seguir el ritmo que llevábamos
los demás. Otros siguen muy motivados y sin lesiones y mejorando sus marcas,
pero ya no hay quien los siga. Ni en las cursas ni en los entrenamientos.
Yo
he tenido la suerte de no lesionarme nunca. Todas las maratones que he corrido
las he corrido con mucha cabeza y las he entrenado mucho y con mucho tiempo
previo. Me gustan los retos, pero no me gustan la sorpresas desagradables. No
me gustan las sensaciones desagradables. No me gusta sufrir con el running. No
le veo ningún placer ni satisfacción a correr una cursa de 10, 15 o 21
kilómetros y cruzar la meta asfixiado, dolorido, con flato o mirando mi
cronómetro y pensar: “Mierda, que marca más mala”. Cuando ocurre esto. Cuando
ocurre que sólo te quedan malas sensaciones, entonces es el momento de replantearte
si merece la pena seguir con el running o es el momento de volver al footing. Yo lo tengo claro. Voy a dejar de sufrir con
el running para volver a disfrutar con el footing.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)