sábado, 24 de noviembre de 2012

DE CUANDO EL HERMANO ORGISMUNDO BUSCÓ AL PADRE PLACIDIO



DE CUANDO EL HERMANO ORGISMUNDO BUSCÓ AL PADRE PLACIDIO












CAPITULO I

A la edad de 4 años, Orgismundo ya tenía un sueño. Soñaba con hacer feliz a la gente. Y con cinco años, ya había aprendido a leerle cuentos a su abuela, su mejor amiga. Bulvinia, que así se llamaba la buena anciana, le enseñó a Orgismundo la diferencia entre el bien y el  mal. Le enseñó a amar, a perdonar, a no juzgar a las personas y a saber que no siempre podemos entender los actos de nuestros semejantes, pues cada ser posee un inmenso mundo interior al que a veces ni él mismo puede llegar. Y que incluso dentro de la persona más malvada, a veces es posible encontrar un poco de bondad, aunque sea en su pasado. Pues todos somos hijos de Dios. Y Dios ama a todos sus hijos por igual. Dios comprende y Dios perdona.

A la edad de 6 años, Orgismundo perdió a su mejor amiga, a manos de un conductor borracho. Tan joven, el niño ya supo perdonar a su hermano conductor borracho. 

Durante los años siguientes, Orgismundo nunca olvidó todas las enseñanzas de su querida abuela, y su sueño de hacer feliz a los demás no hizo más que crecer.
            Así, con diez años, Orgismundo siguió haciendo el bien y se hizo monaguillo en la parroquia del barrio. Allí conoció al Padre Pederastio, con quien entabló una gran amistad y pronto se convirtió en su muchacho favorito.

Cierto día, el padre Pederastio fue arrestado y acusado de abusar de 27 menores, entre ellos Orgismundo, que a pesar de ser la victima de la que mayor número de veces abusó el cura, no dejó de rezar cada noche por el padre Pederastio durante años.
CAPITULO II

Al llegar a la adolescencia, Orgismundo daba gracias a Dios por haber tenido una infancia tan feliz. Había podido disfrutar de su abuela durante 6 maravillosos años, durante los que había recibido mucho amor y conocimientos. Había tenido la oportunidad de demostrarle varias veces al señor que sabía perdonar, como Bulvinia le enseñó. Estaba seguro de que desde el cielo, su añorada abuela estaba orgullosa de él.

Y como no podía ser diferente en alguien con un corazón tan grande, Orgismundo se enamoró. Ella se llamaba Fliginaldia. Estudiaban en la misma escuela pero Orgismundo era un año mayor que la niña, así que no encontraba la manera de acercarse a ella. El chaval ya no era monaguillo de la parroquia, pues sus padres se lo habían prohibido y él siempre los había honrado y obedecido. Y no fue admitido en ninguna actividad deportiva por sus graves problemas de asma. Se había apuntado al grupo de teatro de la escuela,  pero Fliginaldia, no. Así que de esa manera pasaron varios años en los que fue invisible para su amor e incapaz de forzar un primer encuentro.

Durante esos años, Orgismundo siguió incrementando su capacidad para hacer el bien y ayudar a sus hermanos y para quererse a sí mismo a pesar de que los cambios propios de la adolescencia le estaban convirtiendo en un chico feo.
“Soy feo por fuera pero bello por dentro”,  repetía en voz alta una y otra vez, seguro de que su queridísima abuela compartía ese pensamiento desde el cielo.
“No mientas”, le decía su madre.


CAPITULO III

 Las cosas comenzaron a ir mejor en el amor cuando Orgismundo cumplió los 17 años. Después de sufrir una brutal violación anal, tras la cual Orgismundo no dejó de pedir a Dios que perdonara a sus agresores durante el traslado en ambulancia al Hospital, una nueva luz se encendió en la vida del chico. En el servicio de Urgencias estaba Fliginaldia, que había acompañado a su madre accidentada levemente con un cuchillo de cocina. La joven sintió un gran afecto y compasión por un anciano que había en una cama justo al lado de Orgismundo. Y allí mismo, el joven se declaró a su amada, y ésta, que tras el abandono de su padre y los continuos intentos de suicidio de su madre, tenía miedo a morir sola, accedió a ser su novia. Y de esta manera comenzó un noviazgo que duró tres años hasta que contrajeron matrimonio.

Orgismundo dejó la universidad y trabajó muy duro en un almacén de electrodomésticos, cargando y descargando camiones y haciendo horas extras para poder pagar el alquiler del piso en el que vivía felizmente con su esposa. Mantener a Fliginaldia no era nada fácil. La muchacha se había convertido en una bella y presumida joven con muchos amantes. Y acudía a sus citas con las mejores prendas y los más caros perfumes, soñando con que alguno de sus amantes la rescatara de la aburrida vida que tenía.

Fliginaldia no trabajaba. Opinaba que una dama no debía traer dinero a casa, sino sacarlo de ella. Además no soportaba madrugar, pues podía ayudar al envejecimiento prematuro.
Cuando la esposa de Orgimundo se quedó embarazada, todos sus amantes la abandonaron, incluido el padre de la criatura, lo cual la llevó a una depresión de la que nunca se recuperó y tras dar a luz, la depresión pasó a ser locura. Una noche, Fliginaldia se lanzó desde la ventana del piso en el que vivían, con su bebé en brazos. Orgismundo no llegó a tiempo para detenerla. Y lo último que escuchó de su esposa fue:
-Nunca te quise. Te desprecio tanto que nunca dejaré que mi hijo te llame “papá”.

Durante el doble funeral, Orgismundo lloró por segunda vez en su vida.
“Perdona a tu hija, Sr. Perdónala. Perdónala”, rogó incesantemente a Dios.


CAPITULO IV

Orgismundo no volvió a enamorarse de la forma en que se enamoró de Fliginaldia. Aunque no dejaba de amar de otra manera a todo cuanto lo rodeaba. Estaba enamorado de cada ser vivo con el que se cruzaba. Estaba enamorado de los gatos callejeros del barrio, de las palomas que volaban, de las gaviotas que las devoraban,  de las flores, de los árboles, incluso de algo tan simple como una piedra. De sus padres, los cuales lo odiaban por representar toda la bondad que ellos no tenían; de todos y cada uno de sus vecinos. Estaba enamorado de la vida, sin más. Y era feliz amando así.

A los 22 años, Orgismundo había reemprendido sus estudios sin dejar su trabajo, pues aún vivía en el piso que alquiló junto a su difunta esposa. Dormía apenas unas cuatro horas diarias. Pero eran suficientes. Era feliz de trabajar, pues allí podía ayudar a sus compañeros y aconsejarles durante la hora del descanso. Estudiaba duro la carrera de medicina, pues en sus planes de futuro estaba convertirse en doctor para poder viajar a los países menos desarrollados y ayudar a sus hermanos con menos suerte. Además aún sacaba tiempo para asistir a actividades sociales de forma diaria.

Pero Orgismundo se vio obligado a parar durante un tiempo sus estudios, cuando su madre enfermó gravemente de forma terminal y su padre no quiso hacerse cargo de ella. Además, Ogrosvaldio, que así se llamaba el hombre, se había gastado todos sus ahorros en alcohol, prostitutas y jugando; y no podia correr con los gastos.
La madre de Orgismundo, Malbunia, se trasladó a casa de su hijo. Y mientras éste la alimentaba, la atendía, pagaba sus medicinas y la bañaba y limpiaba, no dejaba de repetirle:
-Te odio.

El estado de su madre era cada vez más grave y requería más atenciones, así que Orgismundo dejó de asistir a sus obras sociales y se dedicaba única y exclusivamente a trabajar y al cuidado de su madre.

Cierta noche, Orgismundo acudió al depósito de cadáveres a identificar el cuerpo de su padre y cuando volvió se encontró con el cuerpo sin vida de su madre. Su vecina había oído gritos de angustia y tras derribar su hijo la puerta, pasaron los últimos minutos de vida con Malbunia, pues la ambulancia no llegó a tiempo. Y de esta manera pudieron decirle al abatido Orgismundo las últimas palabras de su madre:
-Nos pidió que te dijéramos que nunca te había querido y que el miedo a ser encerrada le impidió ahogarte en la bañera cuando eras un bebé. Pobre mujer, cuánto sufrió.
-Muchas gracias, vecinos, por haber impedido que mi querida madre muriera sola.


CAPITULO V

Las medicinas de su madre, las deudas acumuladas por su padre, así como los funerales de ambos, llevaron a Orgismundo a la ruina. Y todo empeoró cuando fue despedido de su trabajo, acusado de haber robado género. La acusación la hizo un compañero cuando las sospechas de unas misteriosas desapariciones de mercancía recayeron sobre él. Y con una acusación de robo, no le fue fácil encontrar otro empleo y tras varios meses sin pagar el alquiler, fue desahuciado de su piso.

Pero para Orgismundo aquello no era tan grave. Sabía lo que era relacionarse con Vagabundos. Los había alimentado, limpiado y les había contado cuentos, igual que hizo durante sus primeros años de vida con su abuela. Los amaba, así que empezó a vivir como uno de ellos.  Dormía entre cartones y durante el día pedía limosna. El setenta por ciento de sus ganancias las repartía entre sus compañeros vagabundos y con el resto compraba pan y agua.

Una noche, dos de los vagabundos a los que Orgismundo hacia compañía en las frías noches de invierno, le dieron una paliza y le robaron toda la ropa, su anillo de compromiso y las pocas pertenencias que tenía.
-¡Maldito seas! ¿Te crees que eres mejor que nosotros porque nos das tu dinero,  nos lees los periódicos que encontramos en la basura y nos cuentas bellas historias por la noche?
Y huyeron dejando a Orgismundo desnudo, malherido e inconsciente sobre el frío asfalto.  Y comenzó a llover.

Las gotas de agua que caían sobre su maltratado cuerpo, limpiaron las heridas de Orgismundo y se mezclaron con sus lágrimas cuando éste recobró el sentido. Era la tercera vez en su vida que lloraba. Se había quedado sin aliento y no dejaba de repetirse interiormente una y otra vez:


“Oh, Padre Placidio. Padre Placidio, ¿dónde estás, Padre Placidio?

Pero no hay herida que no cure la oración, y Orgismundo oró y perdonó.

CAPITULO VI

            Orgismundo durmió plácidamente hasta que fue sacado a picotazos de su sueño por un marabú rabioso que se había escapado del Zoo.
            Fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos del hospital más cercano por una ambulancia que sufrió tres accidentes de tráfico durante el trayecto.
           
CAPITULO VII

Aunque las heridas de Orgismundo iban sanando rápidamente, su cuerpo por el contrario, se estaba apagando. Lo supo tras escuchar una conversación que tuvo lugar al otro lado de la puerta de su habitación.
           
-¿Tan avanzado está, Doctor? ¿No se puede hacer nada?
            -Ni rezar. Pero contésteme de una vez ¿Me ama?
            -No.

“No importa”, pensó Orgismundo. “No podría haber tenido más suerte”. Y siguió durmiendo.

            Tras cumplir los 25 años, Orgismundo murió una noche completamente sólo en una habitación oscura. Y sus últimos pensamientos fueron de agradecimiento, pues su cuerpo serviría como alimento a gusanos y otras criaturas creadas por el Señor y que estaban llenas de vida.

            El cuerpo de Orgismundo fue incinerado al día siguiente.

FIN

3 comentarios:

  1. Es una pena que Orgismundo muriese tan joven ... No le dió tiempo a padecer más sufrimiento!

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  2. Pues sí que es una verdadera pena. El muchacho merecía haber sufrido muchos años más!!

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  3. Esta muy bien escrito, triste historia y divertida a la vez.
    Buen trabajo!!

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