Era la primera vez que íbamos a
vivir una lluvia de estrellas como la de aquella noche. Mis padres y yo
habíamos llegado en nuestro coche de cuatro plazas al punto indicado horas
antes. Todo el vecindario también. Nadie quería perderse la emoción de los instantes
previos a la lluvia. Yo no había pegado ojo la noche anterior. Había estado
hasta altas horas de la madrugada mirando al cielo. Al universo infinito. Y
sólo un nombre daba vueltas una y otra vez en mi cabeza: Marilyn Monroe.
Estaba previsto que la lluvia
comenzara a las nueve en punto de la noche. Y en el lugar que se nos había
asignado, mis padres y yo estábamos tumbados sobre una toalla mirando al cielo.
Era la primera vez en mucho tiempo que hacíamos los tres algo juntos.
Todas las personas miraban con
enorme excitación al cielo. Algunas se cogían de la mano. Otras permanecían
abrazadas. Aquello podía alargarse horas, pero no importaba. Mi madre había
traído comida y agua por si acaso. Y arriba, a lo lejos, en el cielo, a las 9
en punto… apareció la primera estrella. La gente empezó a aplaudir y a gritar
de emoción. La primera estrella se acercaba a la tierra a gran velocidad. Y ya
comenzaban a aparecer otras tras ella. Entonces la primera estrella hizo un
giro inesperado y desapareció de nuestro campo visual. “¿Quiénes serían los
primeros afortunados?”, me pregunté. Pero antes de que pudiera sentir envidia,
un enorme jaleo entre la gente me sacó de mis pensamientos. Sí, la segunda
estrella venía hacia nosotros. Directa a nuestro coche. Impactó sobre el
vehículo. Mis padres se besaron y abrazaron felices. No recordaba la última vez
que les vi besarse. Aquello era increíble. Fuimos los primeros del barrio en
recibir a nuestra estrella. Qué afortunados habíamos sido.
Y la estrella se empezó a mover encima
de nuestro coche. Abrió los ojos. La gente reaccionaba con gritos y
aplausos a cada uno de sus movimientos.
Se puso en pie. Caminó con cierta torpeza hacia la parte delantera del coche, y
no con pocas dificultades, consiguió bajar de él. Se acercó a mis padres y a mí
y se presentó: “Hola, Soy La Lina Morgan de La tonta del bote”. Se hizo un
largo silencio.
“Jo mamá, que decepción”, le decía a
mi madre ya una vez en casa. “¿Lina Morgan? ¿Por qué Lina Morgan? ¿De todas las
estrellas por qué nos toca esta tonta?”. “Nicolás”, dijo mi madre. “Hemos sido
el destino de esta estrella y así lo hemos de aceptar”. “¿No podemos cambiarla
por otra?”, pregunté. “No, cariño. Hay cosas que no se pueden cambiar Y
especialmente todo aquello que viene del universo”. ”Pues qué rollo”,
pensé. Y en ese momento oí a mi amigo
Lucas gritar mi nombre desde la calle. “¿Quién os ha tocado?”, le pregunté. “El
Fary en Torrente 3 “, contestó mi amigo. “Jo, qué mala suerte hemos tenido en
el barrio” le dije. “No todos”, me replicó. “A
Ramón y su familia les ha tocado
Marilyn Monroe en La tentación vive arriba”. “¿Qué?” –grité con una mezcla de
asombro y rabia. Ramón era el matón de mi escuela. El niño que me pegaba y me
humillaba delante de mis compañeros. Un error de la naturaleza. Y a él y a sus
negligentes padres les había tocado el premio gordo. “¡No es justo! ¿Y quién le
ha tocado a Rafael?” pegunté. Rafael era otro de los niños que me hacían la vida imposible en el barrio.
“Rhea Perlman en Matilda” , contestó Lucas, “Pero si no está muerta”. “Cariño”
–dijo mi madre, “no todas las estrellas
están muertas. La imagen que nos llega de ellas es del pasado, pero eso no
significa que estén todas muertas” “¿Ah no? ¿Entonces nos podría haber tocado
Angelina Jolie?” “Claro”. “Jolines, y nos toca Lina Morgan. ¿Y qué hace
ahora?”, Lina estaba en el suelo a cuatro patas. “¿Qué haces, Lina?”, preguntó
mi madre. “Buscar colillas para el señor Sarasate”. “¿Ése quién es?”, pregunté.
“No lo sé. No he visto la película”, respondió mi madre. “Lina, aquí no hay
colillas. Compraremos un paquete de cigarros”. “¿Un paquete de cigarros?” Se
sorprendió Lina. “Eso sólo lo hacen los ricos”. “Los ricos y los derrochadores
como tu padre” dijo mi madre. “Bueno, mi marido y el padre de Nicolás. Bueno…
Ahora supongo que también es tu padre”. “Familia”, dijo Lina con emoción y nos
dio un abrazo. “¿Me ayudarán a buscar al señor Sarasate? Espera que le de sus
colillas”. Lina nos miró suplicante. “Eso es imposible”, le dije. “Esa estrella
puede estar en cualquier parte del mundo” “Pero tengo que encontrarlo.
Pobrecito, no tiene a nadie más” “No podemos encontrarlo. No hay manera de
saber dónde ha caído” “Sí que la hay”, dijo mi madre. “En la guía de las
estrellas que la NASA dijo que nos enviaría semanas después de la lluvia”.
“Pero mamá…” “Vamos Nicolás, ¿tienes algo mejor que hacer este verano? Puede
ser divertido”. Mi madre y Lina me miraron esperando una respuesta.
Y aquí estoy con mis padres y con
Lina en el coche rumbo a Francia en busca de
un mendigo para darle un bote lleno de colillas que hemos recogido. Vaya
vacaciones de verano. Pero en fin, podría ser peor. Al principio envidié al
malvado de Ramón. Todo el barrio iba cada día a su casa a ver cómo ayudaba a
Marilyn a desatascar su dedo gordo del pie del grifo del agua. Pero después de
dos semanas, Ramón tiene lesionados ambos hombros y muñecas. La lesión puede
ser crónica según el doctor. Y Lucas me dijo que vio a Rafael vendiendo sus
videojuegos en una tienda de segunda mano porque Rhea Perlman había arruinado a
sus padres jugando al Bingo. Yo al menos, por segunda vez desde la lluvia,
estoy con mis padres en un coche haciendo algo juntos. Y hace un bonito día soleado. Y ya no hay un cuarto asiento
del coche vacío. “¡Para!”, grita Lina. “Ahí veo otra”. Mi padre ha frenado el
vehículo para que Lina pueda bajar con su bote de colillas a recoger la que acaba de ver. La introduce
en el bote y vuelve al coche. Los cuatro podemos seguir nuestro camino. Oh no.
Lina vuelve a cantar esa canción. Y mis padres también. Aunque bueno… al final tiene su gracia. Cantaré yo también.
“La tonta del bote es como me llaman los chicos del barrio al verme pasar…”